domingo, 11 de marzo de 2012

En la tormenta...


En la noche obscura un lobo le aúllo a la luna y ella se despertó sobresaltada.

¡VENIAN!

Se levanto y huyo de las pisadas que oía cada vez más cercana.

¡VENIAN!

¿A dónde esconderse? ¿Dónde no la hallarían?

¡EL PANTANO! ¡Sí!, allí su olor se mezclaría con el aroma a podredumbre y estaría a salvo.

Los lobos seguían su rastro, pero no la alcanzarían, ella era más veloz.

Un relámpago le aclaro el camino… Debía apurarse, llegar al pantano antes que la tormenta se pusiera en su contra.

Trono la tierra y el agua la empapo en un segundo.

El barro comenzó a pintarla de marrón y hacerle más difícil en paso.

Jadeante llego a una suave colina, donde pudo esconderse y verlos pasar.

Eran una manada pequeña y aún así, le erizaban los pelos… Ellos no olían… Y lo que no despedía aroma, ¿cómo podía ser identificado?

Se agazapo entre los matorrales y hojas caídas, arrastrándose para tomar distancia, para alejarse de ellos.

Cuando se sintió medianamente segura, dio un brinco y redoblo sus esfuerzos para llegar al refugio.

Un látigo de luz abatió a un antiguo pino, cegándola de inmediato.

¡FUEGO!

El humo le invadía los pulmones y sus delicados ojos verdes.

Estaba asfixiándose en la obscuridad… ¡indefensa!

Escucho gruñidos y ramitas partiéndose a su lado.

Se dispuso en posición de ataque y trato de gruñir, para confundir al enemigo… Lo único que pudo emitir fue un vago ronroneo afónico.

Sintió una brisa sobre su cabeza y un golpe sordo, seguido de más gruñidos y sonidos de masticación.

Confundida pero lista para alejarse del peligro, repto hasta que pudo recuperar la vista y el aire.

El lobo estaba ahí, a unos metros de ella, sentado sobre sus cuartos traseros y limpiándose con las patas el hocico, sin dejar de observarla.

Detrás de él se veía los restos de su blanca presa.

Inquieta sopeso la forma de escapar de la situación, no le agradaba estar cerca de “eso”.

El lobo se levanto dirigiéndose hacia donde estaba, inundando sus fosas nasales con su olor a transpiración.

Ella lo miro con cautela, estudiando su tamaño, musculatura, dientes, ojos y pelaje dorados… Era joven, casi un cachorro y sin embargo, con la calma y frialdad suficiente para enfrentar a “eso”, eso que no tenia olor, eso que seguramente se levantaría más tarde… Pero ella se aseguraría de no estar allí para comprobarlo.

El lobo la rodeo sin apuros bajo la lluvia, cerrando cada vez más el círculo.

¡SUFICIENTE!.

Le mostró las uñas y los dientes.

Él dio un pequeño saltito hacia atrás y se estiro, apoyándose en sus patas delanteras, removiendo la cabeza juguetonamente.

¡MAS QUE SUFICIENTE!

Se levanto y dándole una ultima mirada al cachorro, se marcho… seguida por él.

Fastidiada empezó a correr y él la imitó.

Esto no iba bien…

Trepo roca tras roca y así logro poner distancia.

Un aullido lejano trono en la tormenta y la bola de pelos dejó de perseguirla.

Lo vio partir al sur, seguramente pasaría al lado de “eso”.

Le sorprendía que no lo pusiera nervioso enfrentar a esa cosa, ni estar mojado, ni el frío en los huesos.

Tal vez era porque él pertenecía allí y ella no.

¿Y a dónde pertenecía entonces?

¿Al sur? ¿Al calor?

Recordaba vagamente el calor, las risas, las melodías, las sedas, las joyas… las pupilas esmeraldas y afiladas de los leones que la miraban desde su elegante e inalcanzable roca.

¿Ella pertenecía a los leones?

¿Ella era parte de la manada?

Se pregunto si los leones atacarían a lo desconocido en medio de la tormenta.

Se oculto en una cueva cercana a la zona pantanosa.

Dejo caer los parpados agotados, sin poder conciliar el sueño.

Tenía miedo.

Miedo a lo que vagaba por los bosques, sin olor.

Miedo a lo que le harían si ella se dormía.

Miedo a…

Un aullido la despertó.

Estaba durmiendo con la mitad del cuerpo sobre la mesa del comedor.

Se había dormido sentada mientras trataba de ingerir algún alimento, más que nada para complacer a Ser Ector que había insistido.

Rowan no podía comer nada desde… desde…que…

Otro aullido.

Tembló y se abrazo.

Alguien le puso una mano en el hombro y ella salto literalmente de la silla.

Era uno de sus caballeros que le alcanzaba un pañuelo para que se limpiara el rostro lleno de restos de pastel de carne.

- ¿Dónde esta Ser…?-

- Ser Ector fue ayudar, Señora.

- ¡Ah! Claro… -dijo en un susurro.

Otro aullido la hizo mirar hacia la ventana.

- Pronto terminaran, Señora, no se preocupe.

- ¿Terminar con qué?- pregunto atontada.

- Con las amputaciones.

Como un millón de cuervos, los recuerdos de las últimas noches vividas le golpearon en el pecho.

Se debatió entre la inconciencia y la vigilia, aferrándose a la mesa.

La pelea estaba perdida.

El sueño era mejor y tal vez, más seguro.

Pero sólo tal vez.

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